Envueltos en sus muros, sus inquilinos se sentían a salvo y protegidos. El castillo en lo alto de la montaña ofrece cobijo y resulta fácil imaginar a sus antiguos habitantes, recorriendo los patios y pasillos, afanados en sus quehaceres diarios y mientras, el viento sopla en las almenas y en el interior las brasas en las chimeneas calientan las estancias.
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